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Srita. Pérez

Suelo salir a caminar para acomodar los pensamientos, las historias, analizar los movimientos que vienen; en solitud, al propio ritmo del momento. Aquella tarde de septiembre nos encontramos. Ahí estaba ella, entre una multitud de autos en la calle e individuos siéndole indiferente, olfateando sus alrededores, hurgando desperdicios y mendigando el próximo alimento.
Ese rostro amistoso, y sus delicados 4 kilos no pertenecían a esa escena. Rápidamente le ofrecí un poco de mi tiempo y su rabo moviéndose con efusividad al seguirme lo aceptó. Un poco de comida y agua para tomar fuerza y continuar su camino a casa o ir hacia ninguna dirección. Ahí se mantuvo, contempló la puesta del sol al otro lado de la puerta y por supuesto su vida se ganó mi interés y toda mi atención.
¿De dónde llegó?, ¿A dónde se dirige? El punto es que me quedaba claro que nuestro encuentro no fue casual. Por ahí nos dicen que nosotros no escogemos a las mascotas, y son ellos los que eligen y desde el primer momento supe que estaba en mis manos ayudarle a tener una oportunidad. Sabía (y me dolía además) que no sería conmigo, pero no iba a descansar hasta que llegara con una familia ideal.
La puerta principal y asilo se abrió para ella, agua, comida, un buen baño y acicalarse correctamente para iniciar la búsqueda sino de su antigua familia la cual nadie reclamó, de un hogar para ella, quizá su primera oportunidad de ser querida por una familia buena y que dejara los peligros y acoso de la calle atrás.
Aún con el nudo en la garganta, voz entrecortada y un agudo dejo de tristeza, presentarla y entregarla con su nueva familia me llenó de mucho amor. Fue una increíble aventura cuidarte y resguardarte y estoy seguro llegamos en el momento indicado todos para darte una vida más feliz. 
Te deseo una gran vida Srita. Pérez.
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